El Rosario es un arma poderosa de fe. Nos conecta con Dios, nos da paz interior, protege contra el mal y fortalece nuestra vida espiritual. Al meditar los misterios, caminamos con Jesús y María. Rezarlo cada día es un acto de amor, fe y compromiso con el cielo.
Nos invitan a meditar la alegría del nacimiento de Jesús y su infancia, recordando la humildad, obediencia y amor de María y José.
Meditamos el sufrimiento de Jesús por amor, desde Getsemaní hasta la cruz, recordando su entrega, obediencia y redención por la humanidad.
Meditamos la victoria de Jesús sobre la muerte y la gloria eterna que comparte con María, modelo de fe, esperanza y fidelidad.
Meditamos los momentos clave de la vida pública de Jesús, donde manifiesta su luz divina y nos invita a seguirlo con fe viva.
El Santo Rosario es una oración mariana profundamente arraigada en la tradición católica. Su origen se remonta al siglo XIII, cuando la Virgen María se apareció a Santo Domingo de Guzmán y le pidió que promoviera esta oración como arma espiritual para la conversión de las almas y la lucha contra el mal. A lo largo de los siglos, el Rosario fue tomando forma como lo conocemos hoy: una meditación profunda de la vida de Jesús y María a través de misterios divididos en Gozosos, Dolorosos, Gloriosos y, más recientemente, Luminosos (añadidos por San Juan Pablo II en 2002). Más que repetir oraciones, el Rosario es un camino de contemplación del Evangelio donde cada Ave María se convierte en una rosa espiritual ofrecida a la Virgen. Ha sido recomendado por innumerables santos y papas como fuente de gracia, protección y paz.
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